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La Obra Don Orione

 

El sacerdote Luis Orione (1872-1940) supo descubrir a Jesús en el más pobre y desamparado. “Ver y sentir a Cristo en el hombre”, esa fue su mirada y sentimiento más profundo; y su opción de vida: ser “un corazón grande y generoso capaz de llegar a todos los dolores y a todas las lágrimas”

A fin de realizar esta misión tan evangélica y testimonial, fundó la Pequeña Obra de la Divina Providencia, para que Religiosos y Laicos, unidos en un mismo camino, marcharan a la cabeza de los tiempos, en pos de transformar el mundo hacia una sociedad más humana.

Hoy, la Familia Orionita, frente a los desafíos de este tiempo, y convencida que “sólo la Caridad salvará al mundo”, pone su mayor esfuerzo en hacer de cada una de sus comunidades y obras, auténticos “faros de civilización” en medio del pueblo; sobre todo, entre los más pobres, en quienes resplandece la imagen de Dios.

Así, cada sacerdote, religiosa, médico, educador, joven voluntario, cada persona con discapacidad, niño, trabajador o amigo de la Obra –todos y cada uno– son la expresión viva y comunitaria de este carisma que el Señor confió a Don Orione, para ir a los últimos en nombre de la Iglesia.

 

Religiosos y Laicos, compañeros de camino, en misión compartida.

Desde los inicios, Don Orione pensó en la Pequeña Obra de la Divina Providencia, como una planta única con diversas ramas, corriente de agua viva que se derrama en muchos canales, una familia unida en Cristo.
Para eso fundó una congregación de Religiosos, los Hijos de la Divina Providencia, y otra de Religiosas, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad. Pero también creyó en los laicos, y los consideró parte fundamental de esta familia.

De ese modo, Religiosos y Laicos orionitas, aunque desde vocaciones distintas, están llamados a dar vida al mismo carisma del Fundador en las nuevas circunstancias históricas. “¿Son tiempos nuevos? Fuera los miedos. No dudemos. Lancémonos en las formas nuevas, en los nuevos métodos… No nos fosilicemos: basta conseguir sembrar, basta poder arar a Jesucristo en la sociedad y fecundarla de Cristo”, decía Don Orione con suma convicción.

La comunión entre Religiosos y Laicos se construye y se expresa en la misión compartida de transformar el mundo según el Evangelio. Se enriquece a través de espacios de pertenencia y participación; se acrecienta en una corresponsabilidad en el servicio cada vez mayor.

No pocos laicos trabajan en las iniciativas orionitas de acción social y eclesial. Algunos, desde un profundo sentido cristiano, mientras que otros, más que por motivación religiosa, lo hacen por razones humanitarias, poniendo al servicio todo su esfuerzo y capacidad profesional.
Otros tantos laicos, en sintonía con la espiritualidad del Fundador, están presentes en otros ambientes, mediante diferentes formas de compromiso.

Por último, están aquellos que se acercan a la Obra para colaborar, visitar, o asumir alguna forma de voluntariado, cosas que ya en su tiempo, Don Orione valoraba: “Cuántos hay que estarían muy felices de poder consagrar al Pequeño Cottolengo algunas horas de la semana –adentro y afuera sea para el Cottolengo, o sirviendo a nuestros enfermos en Casa o buscando ayuda afuera…”

Son parte de esta gran familia construida sobre la fe y el amor al prójimo:

  • Los niños y adolescentes de las escuelas, hogares, oratorios, centros de día, y otros grupos de pertenencia.
  • Las personas con discapacidad que viven en cottolengos y hogares
  • Los jóvenes que voluntariamente se suman a la tarea cotidiana, y a los distintos espacios de misión y encuentro
  • Los trabajadores y profesionales de la salud
  • Los educadores, maestros, profesores y exalumnos
  • Los que trabajan en forma remunerada o voluntaria desde cada obra
  • Los amigos, colaboradores y cuantos se acercan a las distintas comunidades
  • Los religiosos, sacerdotes y laicos consagrados
  • Todos, en distinta medida y compromiso, son parte de la Gran Familia de Don Orione.

 

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