Graciela Franco tiene 43
años y desde los 16 conoce la obra de Don Orione en Claypole. Junto a ella están su esposo
Horacio y su hija de 10 años. “Somos una familia orionita y hemos venido a
participar de esta fiesta grande” dice Graciela. Y cuenta orgullosa que su
hijo, Juan Pablo Ramos,
es uno de los jóvenes que fue a Italia a buscar el corazón.
Horacio: Sentimos una alegría inmensa que el corazón esté
definitivamente entre nosotros. Esperamos que nos traiga un poco de paz y
trabajo para la gente a la que le están faltando. Los que conocemos la obra de Don Orione estamos
agradecidos de que él venga definitivamente a la Argentina.
A la sombra de un árbol, un grupo de
matrimonios almuerza. Son de la comunidad de San Miguel. Leandro y Laura Cavall
cuentan:
Laura: Ayudamos en el cottolengo. Estamos
cerca de las hermanas para ver lo que se necesita y colaborar con lo que está a
nuestro alcance. Para mí ayudar al cottolengo es algo grandioso. Lo hago de
corazón desde hace más de 20 años.
¿Qué significa la llegada del corazón para
ustedes?
Leandro: Es recordar a mi padre que me decía:
“No sé si lo voy a ver, pero Don
Orione va a volver a la Argentina”. Hoy, más que nunca, me
acuerdo de mi padre.
Con el infaltable mate haciendo la ronda, un
grupo de tucumanos espera la llegada del corazón. “Creo que somos unos
privilegiados por estar acá. Uno desea vivir una experiencia de estas y nos
tocó, gracias a Dios, representar a la comunidad orionina de Tucumán”, dice Sergio Sánchez, que desde
chico estuvo vinculado a Don Orione. “Que traiga muchas bendiciones para
todos”, dijo esperanzado. Un deseo compartido por María Elvira Raimondo de
Salmerón, directora del colegio: “Que bendiga de una manera especial a nuestra
comunidad educativa, a la del cottolengo, a la de la parroquia y, en general, a
todos los tucumanos, porque estamos viviendo una situación económica y social
muy difícil”, expresa. “Que bendiga a los pobres y a los que sufren”, sumó su
voz Claudio Durán
María de los Angeles tiene 54 años, está
internada en el Cottolengo de Claypole desde su juventud. Sus ojos brillan
cuando comparte su sentir. “Nosotros queríamos a Don Orione en la Argentina. Lo
esperábamos tanto que nos desesperábamos. Don Orione antes nos
ayudaba de lejos, nosotros lo queríamos tener acá, para que nos cure un poco
más”
“Somos paraguayos, de Asunción”, dice María Alonso, que con su
familia llegaron desde temprano a Claypole. Roberto Cedrón, su esposo, agrega:
“Nuestra casa está a 18 cuadras del Pequeño Cottolengo paraguayo”. No vinieron
solos: 45 personas de la parroquia Sagrada Familia los han acompañado.
¿Por qué se han llegado hasta aquí?
María: Porque nuestros hijos pertenecen al
Grupo Juvenil Orionita y detrás de los hijos vinimos nosotros. La mano de Dios
se vio en todo esto
Acaba de ingresar el corazón deDon Orione por la calle
central del cottolengo. Dos mujeres caminan abrazadas. Mirta y Estela son de
Claypole, hace tiempo que concurren al cottolengo a visitar enfermos. La
ahijada de Mirta está internada allí hace muchos años y para ella “está muy
bien atendida”.
¿Por qué vinieron a esta celebración?
Mirta: Estamos acá por lo grande que fue Don Orione.
Con todo lo que hizo ayudó a muchos enfermos.
Estela: Había hecho tanto en Claypole que
quería volver para permanecer con su corazón aquí.
“Lo importante es que sentimos el amor de Don Orione y eso es
grande”, comenta con una inconfundible tonada chilena María del Pilar, una
chica que participa de la pastoral juvenil del colegio Mater Dei de
Rancagua. Junto a ella, Jacqueline Mato
–profesora en el mismo colegio– cuenta: “Estamos muy felices de venir aquí. Trabajamos
harto para llegar, con pena por no haber traído al resto de los jóvenes”.
Para Claudio Quintanilla
–otro joven trasandino que forma parte de la pastoral vocacional del Colegio Don Orione de
Santiago– “es una alegría saber que Don Orione vuelve a
estar en Argentina, nos hace sentir más cerca de él, todavía”.
Frente a la capilla hay un grupo de
asistidos en sillas de ruedas acompañados por dos mujeres: Candelaria Gramajo,
de Victoria, e Irma Llacopeti, de Claypole. Ambas hace 14 años que están
colaborando en sus comunidades: Candelaria como niñera e Irma para lo que haga
falta.
“Amo la obra de Don Orione y a los chicos”
dice Candelaria. Frente a la llegada definitiva del corazón comenta: “Es lo que
él quería cuando dijo: ‘Vivo o muerto volveré a la Argentina’. Y bueno acá está
para quedarse”.
Irma confiesa: “Tengo los ojos hinchados de
tanto llorar, porque Don
Orione dijo que iba venir y vino. Hoy siento una emoción muy
grande”.
Juan de la Cruz es un joven de Claypole. Se
ha acercado a la celebración de la misa que está por comenzar, y dice: “La
llegada del corazón
Don Orione tiene un gran significado para mí: la alegría y el
orgullo de tener en nuestra
tierra el corazón de un hombre que ha hecho tanto por la
humanidad y que lo está demostrado en esta obra que es el cottolengo. Sirve
para que tomemos su modelo y lo imitemos como hombre, como cristiano y como
persona consagrada a los más pobres”.
La misa está llegando a su fin y una brisa
sopla entre la gente. A
los pies del altar una madre abraza a su hijo en silla de ruedas. Son Aideé y
Gabriel.
Aideé está muy emocionada y cuenta: “Mi hijo
hace dos años que está internado en el cottolengo y quería agradecer a Dios que
Don Orione hizo
algo como ésto para estos chicos. Como mamá no tengo palabras para
agradecer por la bondad y toda la atención que tienen hacia todos los
internados. Uno siente que no están solos, que hay algo muy fuerte que los
puede ayudar. Vos te vas y él se queda contento. Para nosotros es muy bueno que
él sienta al cottolengo como su casa”.