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“A la puerta del Cottolengo no se pregunta al pobre quién es… sino si tiene un dolor.”

A la puerta del Cottolengo

 

(09/10/2023) Un 9 de Octubre 1936, Don Orione hablaba en Radio “El Mundo” de Buenos Aires, sobre la misión del Pequeño Cottolengo y ´anunciando al apertura de un consultorio médico gratuito para los obreros en Pompeya.

Discurso pronunciado por San Lusi Orione por L.R.1. Radio “El Mundo” en la Hora Católica

 

Amigo y Hermanos en Cristo:

Al pie de la gran Cruz del Congreso Eucarístico nació una humilde obra de caridad. Una obra que fue bendecida por el Eminentísimo Cardenal Primado, por el Excmo. Señor Nuncio de Su Santidad y por el Episcopado Argentino, que fue confortada por los votos fervientes del pueblo: Es el Pequeño Cottolengo Argentino, que su dirección central en la Calle Carlos Pellegrini 1441 y sus institutos en Claypole y en Avellaneda.

Hoy se prepara a abrir UN CONSULTORIO MEDICO GRATUITO PARA LOS OBREROS, en uno de los barrios más pobrecitos, cerca de Nueva Pompeya. El Consultorio funcionará en las horas en que los obreros estén libres de su trabajo. Estará dirigido y atendido por el CONSORCIO DE MEDICOS CATÓLICOS.

El Pequeño Cottolengo Argentino acoge a los pobres más necesitados y abandonados, que no pueden ser recibidos en otros Institutos de beneficencia. Los recibe de cualquier edad, de todas las razas, de todos los credos. A la puerta del Cottolengo no se pregunta al pobre quien es, ni si tiene patria o religión, sino si tiene un dolor.

Sobre la puerta del Cottolengo se leen estas palabras: “Charitas Christi urget nos”. “La Caridad de Cristo nos urge” [2 Cor. 5,14]. Toda la historia de la humanidad redimida, y de la Iglesia, se compendia en esas palabras de S. Pablo: “Charitas Christi urget nos!” [2 Cor. 5,14].
Mientras Cristo Dios engendraba el amor a Dios, Cristo hombre engendraba el amor a la humanidad. E inspiraba a este amor el carácter de pasión sublime y santa, hasta el delirio, hasta el sacrificio y el holocausto.

Tratemos de encontrar este amor ante la venida de Cristo, ¿Qué nos decían los antiguos maestros?

No diré que no hayan dicho nada. Hay fragmentos de filósofos y de poetas en que se habla de hospitalidad, de piedad. Cicerón dice que la piedad es cosa propia del género humano. Séneca tiene bellas palabras que expresan sentimiento de humanidad, pero su testimonio es sospechoso porque en su tiempo ya el Cristianismo había puesto su sello en el mundo.

Pero, ¿Qué podía valer alguna palabra suelta, murmurada en una escuela, encerrada en un libro? ¿Qué fuerza podía tener para vencer el egoísmo que dominaba la tierra? Leed a los filósofos, a los poetas de la antigüedad: han escrito sobre la pobreza, sobre la servidumbre, sobre la mujer, cosas que han estremecer de horror. ¿No es el austero Catón quien exhorta a vender a los viejos servidores como a los bueyes cuando ya no sirven? ¿No es Séneca quien, hablando de hacer morir a los niños enfermos, según era costumbre, decía que esto no era obra de corazón pero sí de razón? Galieno mandaba recoger a todos los pobres de su imperio, para hundirlos en el mar. Y el mismo Séneca no vacilaba en enseñar que la compasión es indicio de un ánimo débil. He aquí, queridos hermanos, ¡lo que era el amor de la humanidad antes de Cristo!

Pero apenas Jesús expira sobre la Cruz una nueva humanidad aparece. Queda fundado el reino del amor puro, desinteresado: SE AMA AL HOMBRE POR EL HOMBRE-DIOS.

El mundo era incapaz, no diré de inspirar este amor, de sentirlo, de organizarlo, pero ni siquiera de comprenderlo. Por eso la caridad, incomprendida del mundo, se escondió en las Catacumbas: allí la caridad de los Mártires vivió entre las espadas, las torturas, la misma muerte. ¿Qué digo? Allí los cristianos que al día siguiente serian perseguidos o arrojados a las fieras se preparaban la víspera rogando por los tiranos que los condenaban.

Y todavía más tarde continuó la conspiración contra la caridad: los prejuicios, las costumbres, las instituciones, la filosofía, los reyes..., pero no temáis, la victoria no puede fallar. De una parte el mundo con toda su fiereza, con su soberbia, su fuerza brutal. De la otra el amor de Jesucristo, más fuerte que la muerte, la sed de padecer por El, el orgullo de padecer como El. Y la caridad triunfa!

La vieja civilización romana comienza entonces a dar al mundo un espectáculo nuevo: he aquí que surge una sociedad en la cual se respeta, tanto en el hombre, la más noble de las fuerzas, como en la mujer, la más sagrada de las debilidades; entonces se comprende que el esclavo tiene un alma y que todas las almas son iguales ante Dios, ante la inmortalidad.

Y esta regeneración penetra hasta el palacio de los Césares y es el punto de partida de la transformación social.

Sin embargo, la caridad no se detiene aquí, sino que se va a invadir el mundo, a cubrirlo de sus beneficios. Todo cambia de aspecto, y se realiza la palabra de Virgilio: “Un orden nuevo, una nueva progenie ha bajado del alto cielo”; es la progenie de los santos ENGENDRADOS POR LA CARIDAD.
¿Qué es, pues, esa caridad? Es esto: reconocer en los débiles a los hijos de Dios, a los más redimidos por Cristo, a los predilectos de la Iglesia, a nuestros hermanos más queridos. ¡He aquí la caridad! La caridad, que es el precepto propio de Cristo: “El mundo conocerá que sois verdaderamente discípulos míos, si vosotros os amáis unos a otros como Yo os he amado a vosotros” [Jn 13, 34-35].

Es la caridad la divina virtud que anima, vivifica y hace que sea santa la Iglesia de Cristo y la vida nuestra. Sin ella, oh hermanos, nuestras acciones serían estériles para la salvación.

Lo ha dicho el Apóstol San Pablo: “Aunque mi fe fuese tan viva, como para transportar las montañas, aunque hablase yo todas las lenguas de los hombres y de los Ángeles, sería NADA si me faltase la caridad” [1 Cor. 13, 1-2].

¡Oh, caridad sobrehumana, que no buscas lo que es tuyo, más hallas tu felicidad en el poder hacer todo bien a los otros; ¡que tienes siempre un bálsamo para toda herida, un consuelo para cada dolor!

Tú triunfas del mal con el bien [Rom 12, 21], no te detiene la incomprensión, la ingratitud, la hostilidad de los hombres, y te haces toda para vos, reniegas de ti mismo, no piensas en tu propia cruz sino sólo en aliviar y compartir la cruz de los otros [cfr. Mc 8,34; Mt 16,24].

Eres tú, oh caridad de mi Dios, la que sales con los brazos abiertos al encuentro de todos, a levantar a la humanidad, a aumentar las fuerzas espirituales, a realizar las más grandes maravillas; eres tú la que, con el pecho inflamado repiten el grito de S. Pablo: “CHARITAS CHRISTI URGET NOS!”, el amor de Cristo me apremia [2 Cor 5,14].

Tú cantas, no la gloria del hombre sino la de Dios; tú sólo, caridad de Cristo, tú sólo sobrevivirás a los hombres y a los tiempos, porque tú sola eres el espíritu y la vida que no muere; tú sola eres la que edifica [1 Cor 8,1]y unifica en Cristo, tú sola omnipotente y triunfadora de todas las cosas.

Amigos y hermanos argentinos: humilde flor de caridad es vuestro Pequeño Cottolengo; os invito a visitarlo. El acoge a nuestros hermanos más necesitados, más abandonados, a eso que el mundo rechaza y cree ser el desecho de la sociedad, y que el Cottolengo llamará SUS PERLAS.

Venid y estoy seguro que quedaréis conmovidos; os convenceréis de que si la Argentina es la Nación del corazón grande, su PEQUEÑO COTTOLENGO tendrá que ser, por vuestra cristiana e inteligente caridad, uno de los brillantes de su corona.

El Cottolengo vive día a día, sin renta ninguna, y, en el segundo aniversario de vuestro Congreso Eucarístico, sus pabellones se han llenado por completo, y hasta ahora no tiene un centavo de deuda.

Mientras con mi frente pegada al suelo doy gracias a Dios – a quien pertenece sólo todo honor y toda gloria – agradezco con el ánimo conmovido a todas las Autoridades y a nuestros Bienhechores, y dirijo un cálido llamado a los corazones generosos, para que quieran ayudarme y permitirme tener nuevos pabellones y poder aceptar a otros hermanos infelices, al menos los casos más tristes y más urgentes.

Levantemos, oh amigos, el noble edificio de la caridad sobre las ruinas de todo egoísmo; interesémonos, PERO SERIAMENTE, por los pobres, por los humildes, por los más necesitados: será esto un modo de canalizar eficazmente el torrente cenagoso del comunismo que amenaza arrasar con todo. Realicemos la caridad!

Y en esta hora del mundo, hora tan triste y tan dolorosa, resolvamos, oh Amigos, de conservar inextinguible, antes, siempre más abrasador el sagrado fuego del amor a Cristo y a los hombres.

Y practiquemos la caridad, en especial modo tendiendo fraternalmente la mano y el corazón a las clases proletarias, a los pobres obreros, ¡a los más humildes e infelices!

Difundamos en el pueblo, en la juventud, ¡en la Patria este vivificante y cristiano amor! –Sin este sagrado fuego, que es amor y luz, ¿Qué quedaría de la humanidad?

Embotada la inteligencia, el corazón yerto y frío más que mármol de un sepulcro, la humanidad viviría debatiéndose entre dolores de toda clase, sin consuelo alguno superior, entregada, sin reparo, a las traiciones, a los vicios, a sañas sin cuento.

¿Qué seria del hombre y de la civilización, cuando dominadas por egoísmo y bajas pasiones, envenenadas por las deletéreas teorías comunistas, las masas populares quebrasen toda ley y todo orden de honesto vivir cristiano y civil? Después de perder la fe, negarán a Dios, negarán también la Patria y, sedientas de odio y de sangre, se levantarán furiosas con las hachas, el fuego y la dinamita.

El mundo resultaría presa de las llamas, los hombres acabarían por despedazarse, como nunca se ha visto, ni entre las fieras.

¿Qué ganaría la humanidad negando y apostatando la caridad de Cristo? Con Cristo todo se eleva y todo se nobiliza: hogar, amor de Patria, ingenio, artes, ciencias, industrias, progreso, organización social; sin Cristo, todo decae, todo se ofusca, toda se quiebra: el trabajo, la civilización, la libertad, la gloria, la grandeza del pasado, todo queda destruido, ¡todo muere!...

Argentinos: BUENOS AIRES TENDRA LA CIUDAD DE LAS DIVERSIONES: Buenos Aires tendrá LA CIUDAD DE LOS ESTUDIOS: que el COTTOLENGO ARGENTINO sea mañana la CIUDAD DE LA CARIDAD QUE REALICE EN CRISTO, para honor inmortal de vuestra Patria, el verso sublime de Dante: “La caridad no cierra puerta alguna”. “La nostra caritá non serra porte”...

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