
(04/08/2025) La historia orionita en Ñeembucú es una historia del Espíritu que desciende en lo pequeño, en lo sencillo. Una historia tejida con fidelidad, silencio y caridades.
El P. Abel Isidro Olmedo Riveros -con profundo respeto y gratitud por los numerosos hermanos que han dejado su huella en estos 49 años de misión- comparte una breve reflexión a la luz de nuestra fe. Esperando que este recuerdo nos anime a redescubrir el sentido y la fuerza de aquel humilde comienzo, y también a cuestionarnos sobre lo que este aniversario nos dice hoy, como familia espiritual que sigue caminando fiel al carisma de Don Orione.
El Espíritu sopla desde Ñeembucú. Memoria y profecía de la misión orionita en el sur del Paraguay.
Introducción
El 1° de agosto de 1976 marca el inicio de una historia silenciosa pero profundamente transformadora en el sur del
Paraguay: la llegada de los primeros misioneros orionitas a Ñeembucú. Este acontecimiento, más que un simple hecho cronológico o institucional, puede ser leído como un signo del Espíritu que irrumpe desde abajo, como suele hacerlo: en lo oculto, en lo frágil, en lo humilde. En los márgenes olvidados, en el rostro de los pobres, la Providencia abría caminos, y el Espíritu comenzaba una obra que no nacería de estrategias, sino de una profunda obediencia al clamor de los pequeños.
Desde una mirada creyente, y tomando la inspiración teológica de Víctor Codina, queremos reflexionar sobre este acontecimiento como una manifestación concreta del Espíritu Santo en la historia de un pueblo. “El Espíritu no se impone desde arriba, sino que actúa desde dentro de la historia humana, desde abajo, desde los últimos” (Codina, 2019, p. 18).
Una historia tejida en la Providencia
La semilla se planta oficialmente aquel 1° de agosto de 1976, cuando Mons. Ramón Pastor Bogarín Argaña entrega al padre Ángel Pellizzari la misión de acompañar pastoralmente las comunidades de Ñeembucú. Sin embargo, esa historia no comienza allí. Ya en enero de ese año se había producido un primer encuentro, y más atrás aún, en 1939, cuando Don Orione bendice a un joven sacerdote paraguayo —el futuro obispo Bogarín— profetizándole que algún día abriría las puertas del Paraguay a su congregación (Pellizzari, 2016).
Esa bendición se convierte en hilo conductor de una historia marcada por la providencia. Nada fue planificado según criterios humanos. El mismo padre Ángel lo resumirá así: “A mí nadie me dijo de venir a Paraguay, sino solamente el saber que en esta tierra hay muchos pobres”. Y es allí donde podemos reconocer una movida del Espíritu: “El Espíritu suscita carismas y hace brotar la misión donde hay mayor clamor y necesidad” (Codina, 2018, p. 22).

Representación de la llegada de Don Orione al Paraguay (Catedral de San Juan Bautista de las Misiones)
Memoria profética y fidelidad histórica
La figura de Mons. Bogarín es clave en esta historia. Su gesto de acoger a los orionitas no fue sólo administrativo, sino profundamente espiritual. Fue una fidelidad a la palabra recibida décadas antes, una obediencia que no buscaba reconocimiento.
Su muerte, ocurrida apenas un mes después de haber iniciado la misión, puede ser comprendida como una entrega pascual, como el sello de alguien que da la vida por una promesa cumplida. Aquí se hace visible el estilo del Espíritu, según Codina: “No se manifiesta en la espectacularidad, sino en la fidelidad cotidiana, en la perseverancia de los pequeños gestos” (Codina, 2021, p. 45). No hubo grandes campañas, pero sí una profunda coherencia entre memoria, entrega y fe.
Pneumatología desde abajo: el Espíritu y los pobres
Leer esta historia desde el Espíritu es reconocer que lo que ocurrió en Ñeembucú fue algo más que una fundación religiosa: fue una encarnación concreta de una misión que brota desde abajo. Codina insiste en que toda teología del Espíritu desde América Latina debe partir “del dolor, del clamor y de la resistencia de los pobres, donde el Espíritu se hace presente como consolador y liberador” (Codina, 2019, p. 31).
La decisión del P. Ángel de quedarse, su caminar junto al obispo, las comidas compartidas en los pueblos, las visitas sencillas, sin protocolos, son todos signos de una espiritualidad que se construye desde los pequeños. La misión no fue impuesta, fue abrazada. El Espíritu no se manifestó en discursos, sino en la entrega real, en la cercanía encarnada, en una caridad que organiza la esperanza.
La espiritualidad orionita es una forma concreta de esta pneumatología histórica: la Providencia como intuición espiritual y la caridad como modo de presencia. El nacimiento del Pequeño Cottolengo paraguayo en 1988, hogar para personas con discapacidad y sin recursos, fue la maduración silenciosa de esa siembra que comenzó en los caminos polvorientos del sur.

El P. Luis Cacciuto a bordo de una lancha. El P. Ángel Pellizzari en una de sus recorridas.
Horizontes: no quedarnos estancados
Toda memoria viva nos lanza hacia adelante. La tentación de mirar el pasado con nostalgia paralizante puede adormecer el dinamismo del Espíritu, que no permite acomodarnos. El mismo Espíritu que impulsó al padre Ángel a dejar su tierra sin certezas, hoy sigue susurrando en las periferias de nuestra historia. La fidelidad a los orígenes no es repetir lo que se hizo, sino encarnar el mismo fuego en los desafíos del presente.
En este sentido, la Providencia no es una ideología ni una fórmula mágica, sino una pedagogía de Dios que educa en la confianza activa, en la apertura a los caminos inesperados, en la valentía de responder al clamor del pueblo. Por eso, seguir la Providencia hoy implica:
- Escuchar el clamor de los nuevos pobres: El rostro de la pobreza ha cambiado y se ha diversificado: ya no es solo la carencia material, sino también la soledad del anciano, la angustia del joven sin sentido, la herida del migrante, la exclusión de las personas con discapacidad, el abandono del campesinado, la violencia sobre las mujeres, el grito de la tierra. El Espíritu sigue presente allí, donde la dignidad es herida, y llama a una caridad que no sea asistencialismo, sino verdadera compasión encarnada, promotora de justicia, ternura y comunidad.
- Discernir en comunidad: una Iglesia sinodal y carismática: No se trata solo de hacer cosas nuevas, sino de discernir juntos el paso de Dios por nuestra historia. El Espíritu no habla solo a los sabios ni a los superiores, sino que sopla en el sensus fidei del pueblo de Dios. Discernir comunitariamente significa dar lugar a la escucha, al diálogo, a la profecía, al testimonio de los sencillos. Significa también integrar los diversos carismas en una comunión misionera, sin clericalismos ni autorreferencialidades.
- Formación misionera con raíz pneumatológica: Formar hoy no es solo instruir, sino despertar el sentido del Espíritu en la vida concreta, aprender a leer los signos de los tiempos desde una espiritualidad encarnada y profética. La formación orionita necesita beber de las fuentes de la Providencia, pero también de la escucha atenta de las realidades históricas. Necesitamos formar discípulos con “olfato del Espíritu”, capaces de discernir dónde sopla hoy, aunque no venga en envoltorios tradicionales.
- Recrear la caridad profética: creatividad y audacia en el amor: El carisma orionita es profundamente actual si se libera de rutinas estériles y se deja empujar por el Espíritu hacia nuevas formas de hospitalidad, de presencia, de misión.
¿Dónde están hoy los “pequeños Cottolengos” que debemos fundar? Tal vez no en edificios, sino en comunidades terapéuticas, hogares itinerantes, casas abiertas, redes de cuidado. El Espíritu impulsa una caridad creadora, que sabe abrir caminos inéditos, salir del confort institucional, arriesgar por el Reino.
“El Espíritu no nos deja en paz, nos desinstala, nos mueve, nos incómoda para que abramos puertas, para que salgamos, para que toquemos el dolor del otro” (Codina, 2018, p. 25). Por eso, la fidelidad al carisma orionita hoy debe leerse en clave de memoria dinámica, conversión comunitaria y pasión misionera. Que el fuego no se apague. Que el Espíritu siga inquietándonos con la fuerza de la Providencia.
Conclusión
La historia orionita en Paraguay es una historia del Espíritu que desciende en lo pequeño, en lo oculto, en lo frágil. Es una historia tejida con fidelidades sencillas, silencios obedientes y caridades concretas. No es un capítulo cerrado. Es un fuego que hay que reavivar.
A casi cinco décadas del inicio, esta memoria nos devuelve una pregunta: ¿seguimos caminando con el mismo ardor?
¿Nos dejamos conducir por la Providencia o hemos preferido la seguridad del cálculo? Que esta historia no se convierta en un archivo, sino en una llama viva.
Nuestro Padre Fundador, “fue un gran místico del Espíritu, porque supo ver a Cristo en los pobres. Que su legado no se archive: que siga inquietándonos con la fuerza misionera de la Providencia” (Codina, 2021, p. 49).

El padre Ángel Pellizzari yendo a celebrar la misa
Bibliografía
Codina, V. (2018). La Iglesia del Espíritu Santo: Ensayos de eclesiología pneumatológica. Sal Terrae.
Codina, V. (2019). El Espíritu Santo en tiempos de cambio: Teología y vida desde América Latina. Sal Terrae.
Codina, V. (2021). Espiritualidad en tiempos difíciles: Respirar con el Espíritu. Sal Terrae.
Francisco. (2020). Fratelli tutti: Sobre la fraternidad y la amistad social. Librería Editrice vaticana.
Orione, L. (1990). Escritos. Pequeña Obra de la Divina Providencia. Pequeño Cottolengo paraguayo. (s.f.). Nuestra historia. Recuperado de: https://pequenocottolengo.org.py/
Pellizzari, A. (2016). Los comienzos de la Obra Don Orione en Paraguay. En Blog Lo que yo recibí. Recuperado de: https://loqueyorecibi.blogspot.com/2016/08/