Recordamos a nuestro patrono San José

En el día de San José, recordamos que Don Orione lo constituyó como nuestro patrono

“En Avellaneda la Divina Providencia tiene una casa, llena de pobres”

Cuando se abren las puertas del Cottolengo, la primer imagen que recibe a quienes llegan es San José, ubicado a los pies de la escalera que subió San Luis Orione allá por 1935 cuando se abrió ésta casa, desde entonces San José es su custodio y padre providente.

La familia del Cottolengo quiere hacer eco de las palabras de Don Orione “ponernos cada vez más en las manos de San José a fin de que nos custodie y nos haga a todos según el corazón de Dios y de la Iglesia. Para que en este año especialmente haga sentir su protección sobre la Santa Iglesia”.

San José, esposo de María y padre adoptivo de Jesús, es patrono de muchas cosas. Es el patrono de los trabajadores y se le representa con sus herramientas de carpintero, también es el patrono de los seminarios, pues él tuvo el rol de formar y educar a Jesús, ser un modelo de hombre y cuidar de él en su crecimiento, tarea que los seminarios desempeñan con aquellos que se forman para sacerdotes.

Y también, es patrono nuestro, como familia orionita, así lo quiso Don Orione y hoy 19 de marzo, en el día que recordamos su memoria, nos encomendamos a su intercesión y que su virtud, paciencia y obediencia sean un modelo para nosotros, en nuestros trabajos, familias y servicios pastorales.

Hace un tiempo, el p. Fabio Peloso fdp, quien fuera superior general de la congregación escribía al respecto:

“En las casas de Don Orione, hay una devoción especial a San José como aquel que provee del pan, como intercesor de la Divina Providencia. Desde los tiempos de Don Orione es costumbre poner una pequeña hogaza de pan colgada del cuello de la estatua del Santo Patriarca para recordar aquel episodio ocurrido en Tortona.”

Pero ¿Qué ocurrió en Tortona?, pues el mismo don Orione cuenta lo ocurrido el18 de marzo del año 1938:

«En los inicios, en los momentos en que no teníamos pan, …no teníamos nada, fue San José quien vino a nuestro encuentro. Pero en aquel año parecía que el querido San José no quisiera venir en nuestra ayuda. Llegó precisamente el mes de marzo, y teníamos una gran necesidad de dinero: eran momentos muy angustiosos, y nos encomendábamos mucho a San José, que es invocado como administrador, mejor como proveedor de las casas, así como fue proveedor de la Sagrada Familia.

En vez de llegar la ayuda, venían los acreedores para que les pagásemos. Yo no podía librarme de ellos. Un día estábamos propiamente sin nada. El portero era por entonces nuestro querido Don Zanocchi, que llevaba sólo unos meses con nosotros. ¡Y era la antevíspera de la fiesta! El portero llegó a la carrera y me dice:

“Hay un señor que quiere hablar con usted!”. “Pero ¿Quién es? ¿Es un acreedor?”. “No lo conozco”. ¿No es el carnicero o el lechero?”. “No lo sé”. “No lo he visto nunca”. “¡Mire bien que no sea ningún acreedor!”.

Desciendo las escaleras deprisa y me encuentro delante de un señor vestido modestamente y con una barbita rubia. Aquel señor me dijo: “¿Es usted el superior? ¡Aquí tiene una suma de dinero!”, y sacó un grueso sobre. Entonces le pregunté si teníamos que decir algunas misas: “¿Tenemos alguna beneficencia que hacer?”. “¡No, no!”, respondió. “No hay nada que hacer. ¡Sólo continuar rezando!”.

Yo no lo había visto nunca. Me miró un instante y, saludándome con una inclinación, se fue deprisa. Hubiese querido entretenerlo un poco pero aquella presencia y aquellas palabras me habían dejado como encantado. Aquel señor dio unos pasos; salió por la puerta, bajó el escalón, pero después ya no se le vio más, ni a la derecha ni a la izquierda, ni bajo los pórticos ni en la iglesia; en el patio estaban sólo los muchachos… Se mandó inmediatamente a dos de ellos para buscarle, pero fue inútil.

Vino después Monseñor Novelli y se le contó lo que había pasado. Y él dijo: “¡Era San José, era verdaderamente San José, que ha querido confortarnos!”. Entre nosotros verdaderamente siempre creímos que fue San José.

Este hecho fue siempre contado como reconocimiento a San José por aquella providencia extraordinaria Y he creído oportuno hablar de ello, porque también ustedes después de este buen puñado de años pasados, quieran aún agradecerlo conmigo». (Parola, 18 marzo 1938)

Desde entonces, como signo de reconocimiento, Don Orione hizo poner y tener un pan fresco colgado en el cuello de la estatua de San José. Y así se hace en las casas de la Congregación.


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